LA REALIDAD DE LA FICCIÓN IX: “La guerra de los mundos”

Cartel La Guerra de los Mundos
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Héctor Castañeda
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Héctor Castañeda
Héctor Castañeda

No hay arte como el cinematográfico, capaz de crear nuevos mundos alternativos, sólo limitado por la imaginación de sus creadores. Pero, tal como dijo Pablo Picasso, «el arte es la mentira que nos hace comprender la verdad». La intención de esta sección es llamar la atención sobre aquellos momentos en que una buena recreación de la realidad nos provee, de manera inadvertida, de un mayor conocimiento científico.

Considerada como la primera novela que trata de una invasión extraterrestre, La Guerra de los Mundos, de H.G. Wells, no ha visto decaer su popularidad en el más de un siglo que ha transcurrido desde su publicación original, habiendo sido adaptada a los más diferentes formatos de comunicación. Véase la adaptación radiofónica en 1938 de Orson Wells, la película producida por George Pal de 1953, trasladando la historia desde Inglaterra a los Estados Unidos, e incluso en la música de los años setenta, con una excelente producción de rock sinfónico de Jeff Wayne y narrada por Richard Burton. En el 2005, Steven Spielberg presentó una versión actualizada, que en algunos aspectos es un homenaje al film de 1953.

Frente a un público relativamente más sofisticado en su conocimiento científico, es interesante examinar que algunas de las actualizaciones de la película tienen en cuenta los modernos conocimientos de las diferentes ramas de la ciencia, mientras que otras se mantienen fieles al libro, a pesar de que dejan de ser posibles en el contexto de nuestra ciencia moderna.

Por supuesto, en primer lugar, los cineastas han sido cuidadosos en no indicar la procedencia de los invasores. Ya no vienen de Marte, aunque su procedencia es un misterio. En la época en que Wells escribió su novela, era natural pensar que Marte estaba habitado, y seguramente algunos prominentes astrónomos de la época habrían apostado su reputación en ello. Ahora, gracias a las exploraciones planetarias con misiones robóticas, tenemos una imagen de un planeta formado por inmensas planicies, zonas de cráteres semejantes a la Luna y grandes elevaciones. Pudo existir agua en el pasado, pero es posible que esto ocurriera en las primeras etapas de la evolución del planeta. Aunque semejantes en tamaño y gravedad, el camino de evolución que siguieron la Tierra y Marte fue absolutamente diferente. El agua marciana se perdió en un momento muy temprano de su historia, y lo mismo ocurrió con el dióxido de carbono necesario para mantener una temperatura estable, que fue mayormente absorbido por la superficie. Marte es un planeta viejo que pudo albergar vida de un nivel elemental en el pasado lejano, pero no ahora.

Un aspecto original en la nueva historia es la manera como los extraterrestres preparan su llegada. En la película se menciona que un pulso electromagnético deja sin funcionamiento todos los dispositivos electrónicos. Este fenómeno es conocido por todos los planeadores militares de guerra nuclear. Una bomba nuclear genera parte de su energía en la forma de rayos gamma. Estos colisionan con moléculas de aire y produce lo que se conoce como «electrones Compton». A su turno, estos electrones interactúan con el campo magnético terrestre, produciendo un intenso pulso electromagnético que se propaga en dirección a la superficie de la Tierra, dañando los dispositivos electrónicos que no están apropiadamente blindados.

Aunque la idea básica es correcta, la ejecución de la física tiene algunas incongruencias. Por ejemplo, en una escena de la película un grabador de vídeo se ve funcionando después de haber sido alcanzado por el pulso electromagnético. La única explicación posible es que estuviera apagado en el momento del suceso, y además lo suficientemente blindado (quizá accidentalmente) para no ser afectado por la ocurrencia.

Los diseñadores de mecanismos artificiales que emulen a organismos vivientes también tienen algo en qué reflexionar. Siguiendo la imaginería de la novela, los invasores se mueven en máquinas gigantes apoyadas en tres extremidades, los «trípodes». Perfectamente aterrador… pero ¿serían estos trípodes estables? El diseño de los animales en la naturaleza se adhiere al principio de simetría bilateral, con lo que el número de extremidades de los seres vivientes es divisible por dos. Cuando nos trasladamos, nos movemos hacia adelante y hacia atrás, y hacia la izquierda y hacia la derecha. Con un número par de extremidades, los animales pueden caminar balanceados cuando viajas hacia adelante. Ese ritmo que mantenemos cuando caminamos es difícil de alcanzar con una máquina con tres extremidades.

Los trípodes tienen su centro de gravedad muy alto, con lo que cualquier fallo en una de sus tres extremidades lo haría caer fácilmente, lo mismo que le ocurriría a un humano si accidentalmente se lastimara una pierna al caminar (por supuesto, el problema se reduce a si una civilización avanzada tendría la tecnología para construir y controlar este tipo de máquinas).

El final de la película sigue la pauta marcada por el libro, y es desde el punto de vista científico uno de los aspectos más débiles. Cuando Wells lo escribió, apelar a un «deus ex machina» de bacterias actuando como última defensa para la humanidad tenía en cierta manera una lógica. Poco se conocía sobre gérmenes y, por supuesto, nada sobre biología molecular. Por lo tanto, la idea de que los marcianos en el libro no hubieran previsto la existencia de gérmenes mortales podía parecer razonable. Pero en nuestra época de la doble hélice, clones y animales de diseño, resulta inconcebible que una raza inteligente no conociera los riesgos biológicos de un medio extraño para ellos. Estos son los riesgos de adaptar una vieja historia sin tener en cuenta todos los cambios que la ciencia ha traído desde su publicación.

(Publicado originalmente en IAC NOTICIAS, N. 1-2005. pág. 103)

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Esta serie de artículos rinde homenaje a nuestro compañero Héctor Castañeda, fallecido recientemente. "LA REALIDAD DE LA FICCIÓN" fue una sección fija en la revista IAC Noticias, de 2001 a 2006, en la que el investigador analizaba películas y explicaba sus errores y aciertos.