Los buscadores de planetas habitables en la Vía Láctea tienen un nuevo aliado. Según una investigación encabezada por astrónomos del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC), las nubes pueden proporcionar información suficiente para determinar el periodo de rotación de un planeta y deducir la variabilidad de su atmósfera. Gracias al papel que juegan las nubes, tan cotidianas en la Tierra pero únicas por su dinamismo en todo el Sistema Solar, a los científicos podría bastarles analizar el brillo de un planeta para averiguar cuánto dura su día y qué probabilidades existen de que haya agua líquida en su superficie.
A partir de los datos obtenidos durante dos décadas (1984-2005) por una red de satélites meteorológicos de todo el mundo, los astrónomos Enric Pallé, Pilar Montañés-Rodríguez y Manuel Vázquez, del IAC, así como Eric Ford de la Universidad de Florida y Sara Seager del Instituto Tecnológico de Massachussets, generaron por ordenador un modelo del brillo de la Tierra. Los resultados revelaron que, observada como un punto, tal y como la vería un observador extraterrestre más allá de nuestro Sistema Solar, la masa nubosa sigue unas pautas que se repiten con cierta frecuencia.
“El truco está en interpretar el movimiento de la superficie terrestre y de las nubes como señales periódicas, como si observásemos los lunares de una pelota que da vueltas apareciendo y desapareciendo”, explica Enric Pallé, autor principal de un artículo que será publicado el próximo mes de abril en la revista estadounidense Astrophysical Journal.
A partir de las pautas registradas durante varias semanas de seguimiento, es posible deducir el período de rotación del planeta, ya que “a escala global las nubes no son tan aleatorias y caóticas como se cree, sino que siguen un patrón marcado por la orografía de los continentes y de las corrientes marinas”.
Eric Ford, coautor y astrofísico de la Universidad de Florida, aventura que, en el caso de que unos hipotéticos extraterrestres buscasen vida más allá de su planeta, “sólo podrían ver la Tierra como un punto de luz lejano, pero podría resultarles suficiente para identificar nuestro planeta como uno que contiene nubes y océanos de agua líquida”. La existencia de un medio líquido como el agua se considera una condición imprescindible para la vida.
Y es que la Tierra es el único planeta del Sistema Solar que presenta constantes variaciones atmosféricas: Venus está siempre cubierto de nubes, mientras que en Marte predominan los cielos despejados. Según Pallé, “en la Tierra el agua se transforma de hielo a líquido o vapor cíclicamente debido las condiciones de temperatura y presión en su superficie”.
La presencia de nubes produce una pequeña variabilidad en el periodo aparente de rotación de la Tierra. Esta variabilidad es un indicio de patrones climáticos, de la probable presencia de agua y, por tanto, de condiciones aptas para la vida. De esta manera, aquellos planetas con “encefalograma plano”, es decir, sin nubes dinámicas a la vista, tienen menos probabilidades de ser habitables.
Los investigadores sostienen que la identificación del periodo de rotación de un planeta extrasolar servirá para entender los mecanismos que rigen la formación de sistemas planetarios. Además, será útil para el diseño de una nueva generación de telescopios espaciales que puedan estudiar con mayor precisión los planetas similares a la Tierra.
“Dentro de unas décadas, es posible que contemos con un telescopio que permita visualizar algunos detalles de la atmósfera y superficie de un planeta parecido a la Tierra. Entonces estaremos en condiciones de confrontar las simulaciones de este trabajo con observaciones directas. De momento, seguimos hambrientos de fotones”, sentencia Pallé. La caza de fotones se verá impulsada en 2008 por el Gran Telescopio CANARIAS (GTC), que con un espejo de 10.4 metros es el mayor del mundo y en cuya puesta en marcha colaboran como socios la Universidad de Florida y México.