Los agujeros negros, esos “fantasmas cósmicos” sobre los que la literatura y el cine han basado muchas de sus historias, dejaron de ser tan misteriosos cuando Phil Charles, catedrático de Astronomía en la University of Southampton (Reino Unido), halló junto al investigador del IAC Jorge Casares, en 1992, la primera evidencia empírica de su existencia en la Vía Láctea. A partir de ese momento, todo cambió en el campo de la Astrofísica de altas energías. Aún hoy sigue investigando sobre estos sistemas binarios, aunque también le interesan todos aquellos objetos cósmicos que sean fuentes de
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