La utilidad de lo inútil. El cometa Ikeya-Seki

Imagen del cometa Ikeya-Seki en 1965. Crédito: James W. Young (TMO/JPL/NASA).
Fecha de publicación
Autor/es
María Carmen del
Puerto Varela

Compartir es uno de los verbos más sustantivos de nuestro lenguaje y, en este caso, no es un mero juego de palabras que conecta con el oxímoron “la utilidad de lo inútil”, título de esta entrada. Cuando se adquiere conocimiento como resultado de la investigación científica y se comparte socialmente, no sólo se satisface una demanda legítima de quien, en definitiva, financia esa investigación, al margen de que ésta tenga o no aplicaciones en la vida cotidiana. También se satisface una necesidad personal, que deviene en orgullo si se dirige como retorno a un público potencialmente entusiasmado y agradecido. Precisamente fue divulgación científica lo que hizo en muchas ocasiones John Beckman, Profesor de Investigación, vinculado Ad Honorem al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), al Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC) y al Departamento de Astrofísica de la Universidad de La Laguna (ULL). Lo recordó en su charla “Astronomía: la Utilidad de lo Inútil”, con motivo de su ingreso en el Instituto de Estudios Canarios de La Laguna (Tenerife).

Continuación de la entrada “LA UTILIDAD DE LO INÚTIL. De tubos de imagen y planetas”, a su vez primer capítulo de  “LA UTILIDAD DE LO INÚTIL: Cuando un expresivo ‘oxímoron’ se añade a la Astronomía”.

Se sabe que, en divulgación científica, Estados Unidos nos lleva una clara ventaja destinando una partida para lo que ellos llaman Outreach en todos los proyectos de investigación. Ya en los años 60, cuando John Beckman era un postdoc en la Universidad de California en Berkeley y estudiaba con un tubo de imagen “Lallemand” la rotación de las galaxias, también debía hacer divulgación científica y mostrar el cielo al público que visitaba el Observatorio Lick, a 1.300 m de altitud, en la cima del Monte Hamilton.

Coincidió esa época con el paso del cometa Ikeya-Seki, el más espectacular del siglo XX. Descubierto por dos astrónomos aficionados japoneses, este cometa llegó a tener una magnitud de -10, es decir, casi tan brillante como la luna llena, con una bella cabellera y una magnífica cola de 25 grados de longitud que cruzaba el cielo. Fue visible incluso de día. El 21 de octubre de 1965 pasó tan cerca del Sol que alcanzó la temperatura de fusión de los metales y se terminó rompiendo en dos trozos. Uno de ellos no volverá a pasar hasta el año 2843; el otro, en 3020. Beckman fue, sin duda, muy afortunado, y no sólo entonces.

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