Vera Rubin, una vida entre galaxias (II)

Vera Rubin no ganó el premio Nobel, pero sí numerosos premios de prestigio, incluida la Medalla Nacional de la Ciencia de Estados Unidos en 1993. Crédito: Instituto Carnegie.
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Me convertí en astrónoma porque no podía imaginar vivir en la Tierra

y no intentar entender como funciona el Universo.

          - Vera Rubin

 

En el artículo anterior hablábamos del gran descubrimiento que realizó Vera Rubin: la detección indirecta de la materia oscura, de la que se estima que existe hasta 5 veces más cantidad que de materia ordinaria. Comentábamos, además, la gran relevancia de su trabajo, que constituyó la base para ramas enteras de la astrofísica actual.

En este contexto, es difícil aceptar que Vera Rubin nunca ganara el premio Nobel de Física, a pesar de estar en las quinielas durante años. El argumento principal suele ser que, aunque la detectamos por sus efectos gravitatorios en galaxias y cúmulos galácticos, a día de hoy todavía no entendemos la naturaleza de la materia oscura. Sin embargo, no sería el primer caso en que un descubrimiento experimental se premia sin comprender todos los detalles sobre el fenómeno que lo produce. Por ejemplo, en 2011, los descubridores de la aceleración del Universo ganaron el galardón aún sin poder explicar a ciencia cierta su causa. La opción más plausible es un tipo de energía que permea el Universo y de la que sabemos incluso menos que de la materia oscura: la energía oscura. Se trata de descubrimientos equivalentes, pero con reconocimientos muy distintos.

Existen otros casos similares en los que científicas que hicieron descubrimientos decisivos para el avance de la ciencia se vieron privadas de este prestigioso premio. El más conocido en Astrofísica es, probablemente, el caso de Jocelyn Bell Burnell, quien detectó la primera radioseñal de un púlsar a finales de los años 60. Un púlsar es una estrella de neutrones que gira a gran velocidad emitiendo pulsos de radiación electromagnética, detectables desde la Tierra con radiotelescopios. Bell Burnell era estudiante de doctorado en el momento del descubrimiento y el artículo anunciándolo fue publicado con el nombre de su supervisor en primer lugar. Seis años más tarde, éste recibía el premio Nobel junto con el radio astrónomo Martin Ryle, pionero en el desarrollo de la radio astronomía. Jocelyn Bell fue excluida por motivos que todavía no parecen muy claros.

Es curioso que, desde su implantación en 1901, sólo tres mujeres han ganado el premio Nobel de Física. La última fue Donna Strickland en 2018. Por otro lado, resulta interesante que la primera persona en la historia en ganar dos premios Nobel fuera una mujer: la extraordinaria Marie Curie, que mantuvo este honor en exclusiva durante 50 años.

Panorama actual: ¿cómo están las cosas?

Ciertamente, la situación está cambiando, pero ¿a qué ritmo?. Un estudio actualizado de la Unesco[1] muestra que la media mundial de investigadoras en las áreas de ciencia, matemáticas, ingeniería y tecnología es del 29%. En la Unión Internacional de Astronomía, tan sólo un 15% de sus miembros son mujeres y las cifras de astrónomas por país apenas han cambiado en los últimos 20 años. De hecho, se estima que la brecha de género en áreas relacionadas con la Física no se cerrará hasta dentro de unos 200 años [1]. Un tiempo demasiado largo para, simplemente, sentarnos a esperar.

La ausencia de mujeres en el ámbito científico se debe a dos efectos llamados exclusión de género horizontal y vertical. Vamos a centrarnos aquí en el primero, dejando el segundo para el próximo artículo.

La exclusión horizontal tiene su origen en los estereotipos de género asociados a las capacidades intelectuales de las mujeres que causan su (supuesto) desinterés o dificultad en las disciplinas científicas, y que están profundamente arraigados en nuestras sociedades. Estos estereotipos se aprenden desde edades muy tempranas, y se refuerzan a través de los juegos diferenciados (muñecas para ellas, juguetes de acción para ellos) y las distintas expectativas con las que educamos a niños y a niñas.

Gráfico que muestra cómo se autoevalúan estudiantes de secundaria en diferentes asignaturas escolares. Crédito: Sainz, 2016.
Gráfico que muestra cómo se autoevalúan estudiantes de secundaria en diferentes asignaturas escolares. Crédito: Sainz, 2016.

 

Un artículo publicado en la revista Science en 2017, apuntaba que a partir de los 6 años las niñas aprenden a infravalorar su género atribuyendo adjetivos como “brillante” o “muy inteligente” sólo a los varones, además de comenzar a alejarse de los juegos asociados con un mayor desarrollo intelectual [2]. También son llamativos los estudios de autopercepción académica que muestran cómo las adolescentes se consideran menos capaces en las asignaturas científicas y tecnológicas que los chicos de su edad, a pesar de tener notas comparables e incluso superiores [3].

Por otro lado, las referencias a mujeres en los libros de textos son dolorosamente escasas: sólo un 12% que disminuye a un 7% en las áreas de ciencia y tecnología [4]. Esto significa que las niñas y adolescentes pasan prácticamente toda su vida escolar sin apenas acceso a modelos de referencia.

No sólo el sistema educativo o la familia reproducen los estereotipos de género. Los medios de comunicación también juegan un papel fundamental. Investigadores de la Universidad de Valencia [5] revisaron más de 1000 fotografías en noticias científicas aparecidas en periódicos como El País, el ABC o el Mundo constatando que solo el 17% mostraba a mujeres. Este porcentaje se aleja bastante del número de mujeres científicas en nuestro país cercano al 40% (sin desagregar por área).  

La falta de representación influye de forma crucial en las motivaciones académicas y producen la segregación observada en la elección de estudios y profesiones de las jóvenes.

La mitad de las mentes

A lo largo de la historia encontramos numerosos ejemplos de mujeres, que como Vera Rubin, se dedicaron a la ciencia a pesar de tener todo en contra. Hoy en día, muchas actúan en los distintos campos científicos como líderes de grupos de investigación y publicando trabajos de gran impacto. Es fundamental visibilizar el trabajo de estas mujeres, las del pasado y las del presente. Romper con los estereotipos y los roles de género y garantizar a las niñas acceso a referentes en los que reconocerse, de forma que aprendan (¡sí, deben aprenderlo!) que tienen capacidad de sobra para seguir cualquier camino.

Se trata, además, de una cuestión de excelencia ya que, si excluimos a las mujeres del proceso de producción del conocimiento científico, no sólo estamos perdiendo el 50% de las mentes, como decía Vera Rubin, sino que perdemos también la mitad de la creatividad tan necesaria para el avance de la ciencia y de la Astronomía. Perdemos, en definitiva, la mitad del cielo.

Este artículo, redactado por Sandra Benítez Herrera, fue publicado originalmente en la Revista Astronomía en mayo de 2019.

 

Referencias

[1] Holman, L.; Stuart-Fox, D.; Hauser, C. E. “The gender gap in science: How long until women are equally represented?”. PLoS Biol, vol.16 num. 4: e2004956. 2018.

[2] Bian, L.; Leslie, S. & Cimpian, A. “Gender stereotypes about intellectual ability emerge early and influence children’s interests.” Science, vol. 355, num. 6323, p. 389. 2017.

[3] Sáinz, M.; & Upadyaya, K. “Accuracy and bias in Spanish secondary school students’ self-concept of ability: The influence of gender and parental educational level.” International Journal of Educational Research, vol. 77, p. 26. 2016.

[4] Lopez-Navajas, A. “Análisis de la ausencia de las mujeres en los manuales de la ESO: una genealogía de conocimiento ocultada”. Revista de Educación, vol. 363. 2014.

[5] González D. et al. Women Scientists as Decor: The Image of Scientists in Spanish Press Pictures. Science Communication, vol. 39, num. 4, p. 535. 2017.