Todas las culturas de todos los tiempos han intentado explicar el Universo a gran escala, es decir, como un todo (cosmología o“tratado del Universo”), al igual que su origen y evolución (cosmogonía o“cómo llegó a ser el Universo”). Estas interpretaciones fueron muy respetables en su tiempo, pese a lo ridículas que algunas puedan parecernos hoy en día, bajo una perspectiva moderna.
P’an Ku y el huevo cósmico
Las primitivas cosmologías “precientíficas” implicaban, según el físico y periodista Jeremy Bernstein*, “un maridaje de lo sobrenatural y lo familiar”. Un ejemplo de aquel mito chino que dice: “Primero fue el gran huevo cósmico. Dentro del huevo estaba el caos, y flotando en el caos estaba P’an Ku, el Primigenio, el divino Embrión. Y P’an Ku salió del huevo, cuatro veces mayor que cualquier hombre de hoy en día, con un martillo y un cincel en sus manos, con los que esculpió el mundo.”
El mito chino del huevo cósmico se adelantó al concepto del Big Bang: el huevo contenía el Yin y el Yang, las dos fuerzas contrapuestas de las que está hecho el Universo, las dos energías en guerra que un día le hicieron estallar, separando el cielo de la tierra.
Esta visión del Universo como un huevo perduró hasta la Edad Media.
*BERNSTEIN, Jeremy. Quarks, chiflados y el cosmos. Alianza Editorial. Madrid, 1994. Págs. 103-104.
Los elefantes y la tortuga gigante
El Imperio Asirio, en su mayor esplendor, abarcó una longitud de unos 2.200 km, desde Egipto hasta Babilonia. El Imperio Persa lo duplicó, llegando a ocupar 4.800 km, desde Cirenaica (al nordeste de Libia) hasta Cachemira (norte de la India). Pero aunque estos pueblos posiblemente ignoraran la extensión real de sus dominios, “en los imperios de la antigüedad -señala Isaac Asimov*- tuvo que haber hombres que se ocuparan de lo que cabría considerar el primer problema cosmológico que se planteó el erudito: ¿Tiene la Tierra un fin?”
Que la Tierra era plana y, quizá, extendida hacia abajo sin límites, era lo que se pensaba antes de los griegos. Con el fin de soslayar el concepto de infinito, la Tierra debía estar apoyada sobre algo. Según los hindúes, cuatro pilares la sustentaban. “Mas ello -concluye Asimov- no hacía sino posponer la dificultad. ¿Sobre qué se apoyaban los cuatro pilares? ¡Sobre elefantes! ¿Y sobre qué descansaban estos elefantes? ¡Sobre una tortuga gigante! ¿Y la tortuga? Nadaba en un océano gigantesco. Y este océano… En resumen, la hipótesis de una Tierra plana, por más que pareciera pertenecer al terreno del sentido común, planteaba de un modo inevitable dificultades filosóficas sumamente serias.”
*ASIMOV, Isaac. El Universo. Alianza Editorial. Madrid, 1986, 10ª reimpresión. Págs. 11 y 14.