LA REALIDAD DE LA FICCIÓN X: “La ‘neotenia’ en E.T.”

Cartel de la película "E.T. El extraterrestre" (Steven Spielberg, 1982)
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Héctor Castañeda
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Héctor Castañeda
Héctor Castañeda

No hay arte como el cinematográfico, capaz de crear nuevos mundos alternativos, sólo limitado por la imaginación de sus creadores. Pero, tal como dijo Pablo Picasso, «el arte es la mentira que nos hace comprender la verdad». La intención de esta sección es llamar la atención sobre aquellos momentos en que una buena recreación de la realidad nos provee, de manera inadvertida, de un mayor conocimiento científico.

En la cultura popular son habituales las historias de extraterrestres visitando la Tierra con asiduidad, desde los tiempos más remotos hasta nuestros días. Nuestro planeta se muestra como el punto de cita galáctico para cada raza de vida inteligente que puebla el Universo. El cine no hace más que reforzar lo que mucha gente cree como razonable, desde la llegada de extraterrestres para encontrarse en secreto con representantes del Gobierno de Estados Unidos (Encuentros en la Tercera Fase, 1977), hasta la existencia de alienígenas habitando entre nosotros en este momento (Hombres de Negro, 1997), algo que no parece del todo descabellado dado el comportamiento de algunos de nuestros semejantes.

Sin embargo, todo caso de contacto con seres de otro mundo analizado en profundidad revela que es el resultado de fábula, ilusión, autoengaño o simple mentira. Pero para aquella gente que genuinamente cree tener una experiencia de encuentro con un ser extraterrestre, ¿por qué muchas veces esos alienígenas amistosos parecen ser seres semejantes a nosotros, con cabezas prominentes y enormes ojos? Un aspecto llamativo de estas historias es que, con frecuencia sospechosa, casi todos los visitantes se parecen de manera antropomórfica a nosotros. Podríamos alegar que hay algo en nuestro diseño que nos hace especialmente eficientes y deseables, pero ésa no es necesariamente la respuesta. El resultado de la evolución en la Tierra proporciona la prueba de que la naturaleza tiene una capacidad ilimitada de variedad en la creación de seres vivos.

Para explicamos este hecho debemos irnos nuevamente al cine. Los realizadores necesitan crear una respuesta emocional rápida de los espectadores cuando presentan una imagen. Por ejemplo, para expresar maldad, la cabeza del alienígena de Alien (1979) carece de rasgos distintivos, lo cual le da un grado de incertidumbre enorme, reflejando su carácter agresivo y predador. Por otro lado, para presentar el extraterrestre más bueno que pisó jamás la pantalla grande, el diseñador italiano Carlo Rambaldi creó para Steven Spielberg a E.T. en E.T. El extraterrestre (1982). E.T. es un botánico llegado de otra galaxia, tiene un cuerpo pequeño, cuatro extremidades, una cabeza enorme de la cual destacan sus ojos y genera inmediatamente una reacción espontánea de atracción y cariño.

¿Pero cuál es la misteriosa razón que hace de E.T. un set simpático, agradable y amistoso?

Una posible respuesta a esta pregunta comienza en un artículo del paleontólogo y gran divulgador científico norteamericano Stephen Jay Gould en la revista Natural History, recordando el quincuagésimo aniversario de la creación en 1928 de Mickey Mouse. En ese brillante ensayo, Gould hacía notar cómo la apariencia de Mickey se había hecho sutilmente más infantil y amable con los años, a diferencia de nosotros los adultos. Mickey Mouse comenzó su vida como un adulto, y de un carácter no especialmente simpático, pero a medida que fueron pasando los años su cráneo fue creciendo, mientras que sus piernas y el torso se encogieron, y sus ojos se hicieron más grandes y anchos, adoptando mientras maduraba la apariencia de un niño. Gould notó que sus ojos habían aumentado del 27% al 42% del tamaño de su cabeza, mientras que ésta había crecido del 42,7% al 48,1%, comparándola con la longitud de su cuerpo. Este fenómeno biológico se denomina «neotenia», la retención de características de la juventud cuando se llega a la fase adulta del desarrollo. De forma consciente o inconsciente, los dibujantes habían hecho al ratón un objeto de mayor afección al realizar esos cambios.

La explicación científica de ese comportamiento puede buscarse para Stephen Jay Gould en los trabajos del etólogo austríaco Konrad Lorenz. Para Lorenz las características juveniles de los miembros más pequeños de nuestra especie disparan mecanismos en nuestra mente que inducen a la afección y el cuidado en los humanos adultos. Y, por lo tanto, cuando vemos una criatura viviente que posee características de bebé, sentimos automáticamente aparecer sentimientos de cariño. Podemos dejar a un lado la cuestión sobre si este comportamiento es innato y heredado de nuestros ancestros, o se aprende de nuestra interacción con bebés. Lo relevante es que ese comportamiento es bueno para la preservación de la especie.

¿Y cuáles son esas características infantiles que generan ese comportamiento? Según Lorenz, la lista incluye aspectos como una cabeza relativamente grande, predominio de la región craneal, ojos grandes y extremidades cortas y gruesas.

Es curioso notar que ésas son las señales prominentes de la apariencia de E.T. Podemos concluir que no sólo el cine adopta esas formas por conveniencia a la hora de representar un extraterrestre amistoso (a semejanza del tradicional sombrero blanco que simboliza al vaquero bueno en las clásicas películas del oeste), sino que muchos de los supuestos testigos de un encuentro con alienígenas reflejan realmente lo que ellos quieren que sea el ser extraño con el que se habrían encontrado. No debemos descartar que muchas de las supuestas visiones de extraterrestres en los medios de comunicación tengan su origen en modelos de extraterrestres popularizados por el cine y la televisión.

(Publicado originalmente en IAC NOTICIAS, N. 2-2005. págs. 65-66)

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Esta serie de artículos rinde homenaje a nuestro compañero Héctor Castañeda, fallecido recientemente. "LA REALIDAD DE LA FICCIÓN" fue una sección fija en la revista IAC Noticias, de 2001 a 2006, en la que el investigador analizaba películas y explicaba sus errores y aciertos.